Podríamos decir que el primer Seminario del mundo fue la comunidad de los apóstoles, a quien el propio Jesús llamó e instruyó:
«Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres". Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron». (Mt 4, 18)
Así pues, es el propio Jesús el que llama, cuando quiere, dónde quiere… y a quien quiere. Los primeros apóstoles formaron en torno a Jesús una comunidad de fe, de seguimiento y de aprendizaje a sus enseñanzas. Jesús les propone una nueva forma de vivir: ser sal de la tierra y luz del mundo. Pero no será hasta después de la Resurrección de Jesús, en Pentecostés, cuando los apóstoles reciban el don del Espíritu Santo y empiecen su misión de anunciar a los hombres la Buena Noticia del Evangelio. Podemos decir que en Pentecostés acaba el tiempo de “seminario”. Poco a poco se les irán adhiriendo muchos más… Empieza aquí la primera comunidad de cristianos en Jerusalén. Esta comunidad se fue haciendo más grande, y con el tiempo el mismo Jesús continuará llamando a otros…
Al igual que Simón y su hermano Andrés dejaron sus redes a un lado, y Santiago y Juan dejaron su barca y a su padre… También después han sido muchos los que le han seguido… La historia sigue hasta nuestros días.
Los primeros seminarios, después de los apóstoles, se desarrollaron en torno a las primitivas comunidades de fe cristianas. A los responsables de dichas comunidades se les confiaba la tarea de formar a los seguidores de Jesús, cada cual según su carisma. El grupo de presbíteros (los ancianos) eran los encargados de invocar al Espíritu Santo para consagrar a los elegidos:
“Apacentad el rebaño que Dios os ha confiado y cuidad de él no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere, no por una vil ganancia, sino con generosidad, no como dictadores, sino como modelos para el rebaño. De igual manera, vosotros jóvenes, vivid sumisos a los ancianos. Revestíos todos mutuamente de humildad, como servidores unos de los otros; porque Dios se afrenta a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (1 Pe 5, 2-5)
Con el paso de los siglos y la consolidación del cristianismo, será el Obispo de cada Diócesis, como sucesor de los Apóstoles y Pastor y Cabeza de la comunidad, quien se encargue de formar a los candidatos al sacerdocio, llevándolos a la intimidad con el Señor, y acudiendo a las enseñanzas Apostólicas. Con el tiempo, aumentaron el número de los seguidores de Jesús y las vocaciones a la vida consagrada, así que se habilitaron casas de formación para los futuros sacerdotes.
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